lunes, 19 de noviembre de 2012

EL DÍA QUE TENGA QUE MORIR MORIRÉ EN QUINTA NORMAL






(De fondo suena: Mi casa en el árbol, de Jorge González)



El día en que tenga que morir
moriré en Quinta Normal.
Moriré formado
en sus escuelas subvencionadas por el fascismo
sin decirle nada a nadie.
Quizás también lo haga
caminando por ese Carrascal antiguo  
lleno de viejos almacenes
anunciando la alegría del otoño
llegando a la esquina donde terminaba el comercio,
rozando el límite con Renca.
Más allá de Radal.
Más allá del puente Balmaceda.
Inclusive más allá del Tiempo.

Moriré enamorado de aquel Sol
que escondía su cachete derecho
tras el Cerro Renca
y de aquella feria navideña
que bañaba con júbilo el corazón de sus niños.

Ese mismo día
me sentaré una vez más
a ver la teleserie con mi abuela,
nos reiremos de sus pies helados casi pegados a la estufa
y veremos también
como muere la tarde
en la ventana donde se pasean todos estos niños
que pronto dejarán el barrio.
El abuelo muerto bostezará
mientras el cielo trise su cabeza
entremedio de los juegos de la infancia.

Ese mismo día desbordaré la cuneta
donde tejí el espermio fecundo
y esperaré en el living
a las visitas que murieron hace un par de siglos
sin revelar secreto alguno sobre la historia.
Desfilarán los mismos arreboles
sin que se mueva ni un solo abuelo de su ventana
y la pelota de plástico interrumpirá la siesta
antes que el amasijo del otoño cierre su puerta.
El hijo mayor de la familia
volverá con un título profesional bajo el brazo.
Las capas medias se seguirán reproduciendo.

Aquel día
empinaré el vino en todas la manos que se abrieron
sin dejar de mirar a los ojos de la Virgen de Lourdes.
Mi barrio de jubilados
esperará que ronde un par de veces más este país de muertos
para clavarme el arpón  al medio del centro.
Dos rombos volarán
se quemarán los negocios de los vecinos
mientras la cabeza muerta del hijo
aparecerá en todos los cuadros recordando la matanza:

La poesía sabe de símbolos.
La política los ocupa de forma consciente.
La represión también pasó por acá
y un par de viejas se quedaron sin marido
otra que no se metió en problemas
se quedó toda la noche con su nieto
hablándole del Golpe. Su nieto ya es del siglo XXI,
 ella no lo sabe bien.

La poesía cree que sabe de símbolos.
La Policía los ocupa de forma consciente.


El día que tenga que morir
moriré en Quinta Normal.
Abriré la puerta de la casa
y sabré que las noches pálidas
fueron fluorescentes en sus canchas.
Que los días fueron peces bíblicos
y sus callejones semioscuros
el paraíso de cualquier escolar inquieto.
El día que tenga que morir
abrazaré a mi abuela
y seremos la Muerte misma, sin relato de por medio.
Ese mismo día escribiré un poema
y no necesitaré la flor de Coleridge
para saber que he vivido en la Mierda y en el Paraíso.
Sabré que un poema es una bala
disparada por pistolas
que aún no se inventan.

Sabré que no se escribe más que con el cuerpo.

Que los recuerdos son ventanas al tiempo de otros tiempos.
Que las hojas son quienes finalmente
terminan por llevarse al viento
y que aquel niño que corría en todos los patios
lleva hoy estos callejones
en el coral de su memoria.

Sabré que por algún u otro motivo
la muerte siempre nos traslada
al lugar en que fuimos paridos.
Que el origen está en la meta
y que a lo único que no debemos traicionar
es a nuestra infancia

al niño que fuimos

a la casa que construimos en el árbol de la plaza
y fue nuestra patria,
nuestra ética

y fue también   nuestra verdad.