Notas en tránsito
sobre una po ética tirada en este tiempo
1
“¿Poetizar
entonces para qué?” pregunta el poeta clavando el último clavo que sostiene el
presente libro de poemas. Último clavo que bien pudiera ser el de una casa de
madera que comenzara a construirse en algún momento indeterminado de la segunda
mitad del pasado siglo XX y cuya construcción se prolonga hasta el presente
primer cuarto de siglo. Podría tratarse también del clavo que cierra un ataúd,
un ataúd-fosa común en la que se encuentran todos nuestros muertos, todos
juntos, y que encierra también nuestros alientos, nuestras palabras destinadas
a desaparecer. Asimismo esta duda, este último verso, este último clavo pudiera
sostener un cuadro, una obra de arte o su copia, en una pared humedecida por el
vapor de la tetera que sirve el té en nuestros hogares con su proletario pan
con mantequilla, obra de arte que bien sabemos se trata de un documento de
barbarie y civilización al mismo tiempo–como una casa o un ataúd–.
Este clavo que sostiene a duras penas la casa, el ataúd y la obra, esta
duda, se hace ineludible para quien escribe desde la cuneta mirando desde el
asfalto callejero hasta cielo-raso o
estrellado, observando todo lo que allí transita, todo lo que allí sucede y
luego desaparece dejando un destello que nos trasciende en la mirada. Esta
duda, aún sin dejar la casa en el suelo, ni entreabierto el ataúd, ni la obra
en el piso, es frágil y estremece el ejercicio escritural, haciendo temblar los
cimientos de todo proyecto, de todo ejercicio artístico o intelectual en este
tiempo donde las certezas se diluyen en la acción, en el discurso y el
pensamiento, en estos tiempos que exigen tanto más –o menos– que poner en juego
la palabra.
La poesía de Rey se estructura a raíz de esta duda porque se plantea
consciente de la dificultad de escribir en estos tiempos donde, como nunca,
todo lo sólido se desvanece en el aire, como dijera Marx y más tarde el señor
Berman. El presente libro más que ir a la búsqueda de lo cierto, intenta una
aproximación a la realidad presente, una aprehensión del devenir de la realidad
como Historia, haciendo temblar y removiendo las ruinas de las estructuras que
se nos presentan como realidad heredada. La obra de Rey, iniciada con la
publicación de Antropofagia en
2013,continúa escarbando en el presente, con la claridad de saber que dicho
presente se asienta en el pasado y, a su vez, tiene una proyección inevitable
hacia el futuro.
Estos Poemas tirados en algún barrio
adscriben a una poética que, en mi opinión, hoy –como ayer–se vuelve necesaria
por su carácter popular y radical, en tanto se hacen cargo del ahora,
renunciando a la modas y superando la estática, o estética, de una literatura
–llamémosla de paso– de croquis social. Se plantea, en cambio, como
alternativa, una dinámica emparentada con la realidad y el lenguaje que de
manera viva agita al lector desde la entraña hasta la testa en la medida en que
habitamos el espacio que Rey nos propone. Dicho espacio se estremece también
cuando la poesía está lejos de ser un ejercicio suficiente para aprehenderlo o
comprenderlo del todo –“Nada tiene que ver el dolor con el dolor” dijo muriendo
Enrique Lihn–.
Aún cuando, en esta línea, la poesía pudiera perder sentido por estos días,
hay quienes deben contar y/o cantar la H/historia en esta tribu. A mi entender
de eso se trata, en principio, la literatura.
2
El
presente libro se encuentra de manera íntima con el devenir contemporáneo en
tanto se sitúa en un punto de inflexión entre un anteayer estático –cuyo emblema
es para nosotros nuestra niñez en la década de los noventa, el gobierno de Frei
hijo, la crisis asiática y otros enclaves del aburrimiento y el despojo velado
postdictatorial– y un ayer y hoy convulsionado por remezones que emanan de lo
subterráneo –nuestros 2000, la revolución pingüina de 2006, las revueltas de
2011 y las presentes y sucesivas debacles de la expresión política de nuestra
clase dominante (corrupción y descrédito), sólo por nombrar algunos hitos
magnánimos–. En esta línea no es posible obviar el temple generacional con que
se articula la palabra en este libro: Rey es hijo de esta malograda democracia
que ha pretendido sistemáticamente despojarnos de nuestra condición de sujetos
históricos. Es en este punto que se abre la necesidad de la constitución de un
espacio y un tiempo, de la construcción de una casa que nos encuentre, de
devolvernos esa casa desaparecida sobre la que cantó Fito Páez en su Argentina
malograda, como un ejercicio de memoria presente. La construcción de una casa,
en tanto metáfora de pertenencia situada, de apropiación de nuestro ser y estar
en el mundo, se vuelve hoy una necesidad histórica.
La potencia de los presentes textos radica entonces en hacer un tratamiento
del sujeto, del espacio y del tiempo que le hace frente a esta carencia que
bien sabemos no ha de quebrarse si no es en clave de una transformación radical
y revolucionaria de las estructuras que sostienen este presente anclado en su
pasado autoritario. El dinamismo entonces, la revuelta en la palabra, en el
concepto, en la H/historia se vuelve un ejercicio disruptivo que viene a
problematizar la profundidad del espacio de tiempo que habitamos y, aún más, a
construirlo.
El primer paso que el libro da hacia la construcción de esta casa pasa por
la constatación de la carencia, la que se explicita en el epígrafe de Zambra
que abre el poemario a raíz de la cual se desencadena una disputa permanente
ante la noción de “familias sin historia”. El libro amplía una reflexión sobre
el sujeto y su vivencia cotidiana, desarrollando un puente entre la pequeña
historia particular y la gran Historia colectiva, como se hace explícito en el
poema “Laberinto”, el cual abre el libro sentenciando:
Caes a la Historia
como cae
el Ángel de Benjamin
y, sin
embargo,
tu
relato va caminando
por la delgada línea de la costumbre
Es la delgada línea de la costumbre la que encuentra
historia e Historia de manera plena. El ímpetu está en la andanza cotidiana, en
la realidad que es la historia que se teje palmo a palmo construyendo una idea
de pueblo y también de ser humano.
Construir
la casa entonces es devolverle el carácter histórico a nuestra realidad
cotidiana. Es poner al humano ordinario de la mano de la raza humana toda. Se
sitúa así el sujeto que se da cita en los poemas de Rey, en su totalizante
fragor popular, cuando cruje el pan que llevan las viejas a sus casas en los
poemas de este libro. Se sitúa así el humano en su espacio y en su tiempo, se
construye así su casa que es H/historia.
Abrazar
el fuego cotidiano hasta quemarse es entonces la consigna. Sólo podremos
concebir la casa en la medida de que le plantemos cara a la Historia. Y es esto
lo que ocurre en el poema que abre la segunda sección del libro, “Semiótica del
mestizo abandonado”, donde la duda se levanta como desconfianza en el marco de
un torrente histórico que funciona como discurso fragmentario:
La bandera, El prócer, el ni ahí.
Fasta Alfa, pinocheques, Manuel.
Manuel Gutiérrez
la Rubia
de Kennedy, la Pincoya, ellas sí
“Mantener una rima así ya no alcanza”, dice el poeta, ni tampoco mantener
así el relato de la Historia, complemento. Retumba otra vez la duda central del
libro, el clavo último de la casa, y es que la desconfianza en este punto
atenta contra todo ejercicio intelectual, porque no hay confianza en el
ejercicio de la palabra para una clase popular que hace unas cuantas décadas
entró, ¿para qué?, a la Universidad –parafraseando un asertivo verso de Rey–.
Cruje
nuevamente el pulso cotidiano del pan de las viejas cuando la Historia se abre
como yaga supurante en las muertes de Manuel Gutiérrez, HP y de Juan Pablo
Jiménez. Tiembla el ataúd en el poema. Cruje ese pan en la depresión, en el
estrés de estas familias sin historia que en el viaje de metro o del troncal no
hacen otra cosa que pensar cómo llegar a fin de mes, en el estrés que se
arrastra en las paredes de esta casa, el estrés del peso de la Historia en un
hoy donde no hay tiempo para compartir el pan que cruje en las bocas de
nuestros hijos. Tiembla la H/historia, tiembla la palabra, el clavo, la duda,
tiembla el sentido común hegemónico que mide con una vara exitista nuestra vida
latinoamericana en vías de desarrollo. Es allí donde estamos parados. ¿Poetizar
entonces para qué?, para pensar una casa y habitarla, para estar aquí aunque nos
duela.
Retumban
los cimientos de la casa y se entreabre el
ataúd en el poema “Una casa sin fantasmas no es una casa / un país sin
fantasmas no es un país” ya desde el título. Pienso a raíz del título en la
relación entre casa e Historia, o entre país e Historia, como se da en este
poema, y se me viene a la cabeza el poema “La desaparición de una familia” de
Juan Luis Martínez y de la cita anónima que aparece en su Nueva Novela que reza “la casa que construirás mañana, ya está en
el pasado y no existe”. Pienso también en Charly García cantando “nunca
tendremos país, nunca tendremos hogar y sin embargo ya ves, somos de acá” y en
Rey que nos dice por su parte que no hay casa ni país y que, sin embargo,hay
esperanza: “mi generación trae una bomba entre sus manos” dice luego, para
terminar con la idea de encontrarnos en un hogar cantando con nuestros
hermanos. Pienso sin embargo, y a propósito de la bomba, en el compañero
anarquista Mauri que murió a raíz de la bomba que llevara al hombro el 22 de
Mayo de 2009.Y a propósito de Mayo y de 21 o 22 no puedo ocultar la dificultad
que me generó leer este poema por la presencia de mi hermano Rodrigo Avilés en
el mismo, ¿Qué pasó con la esperanza?
Tiembla la mano. Sin embargo, y en la misma línea, es precisamente en la
lucha de estos hombres –que es también la nuestra– que se encuentra, incólume,
la esperanza. Tiembla el ataúd, pero mi hermano despierta y se nos planta la
esperanza de nuevo como contracara del vacío.
3
La
esperanza, nuestras hermanas y hermanos, la historia y la memoria. La casa está
cimentada, sin embargo, sobre huesos y se hace necesario el ataúd. Los muertos
se presentan en el libro continuamente y resuena en la vibración del último
clavo la bala que mató a Gutiérrez y a Jiménez, los cortes que mutilaron el
cuerpo de HP, la bomba que mató al Mauri; en suma, el último aliento de todos
nuestros muertos. ¿Poetizar entonces para qué? Para cantarles, para invitarlos
a estar con la palabra, para nombrarlos, para cantar los nombres de nuestros
hermanos, para invocarlos. Aquí el libro no sólo nombra a nuestros hermanos
lejanos caídos en el marco de la Historia, sino a los más próximos en la
historia particular.
Se
desenmaraña así la po-ética de Rey en el poema dedicado Felipe González “Estar
siendo”, donde la declaración de principios que constituye el enunciado
“Siempre es mejor ir por la vida en gerundio” se consagra como celebración de
la vida frente a la muerte, abrazando la vida compartida con el hermano ausente
y proyectando el propio aliento. Nunca se está ni se es, sino que existimos en
un continuo “estar siendo”, idea que es posible rastrear en la tradición
emancipatoria latinoamericana de la educación popular y que , a su vez, se
encuentra con la máxima propia del materialismo dialéctico que en su dimensión
histórica comprende la realidad no como un sistema cerrado e inmutable sino
como una dinámica en permanente transformación. Estar situados en el mundo
entonces, en la Historia, y vivir, en términos más generales, se vuelve un
ejercicio deseable para quien conoce la cara de la muerte y comprende
necesariamente la vida como un espacio a transformar desde el andar cotidiano.
La
imagen cotidiana se hace puente con la muerte, se hace presente el ataúd,
cuando observando a una mosca –que ronda a los muertos pero también las mesas
de los vivos en verano–el poeta le habla directamente a su hermano muerto en el
poema “Panteísmo a mi Dios hecho figura”. El tiempo histórico se hace aquí
presente en un discurso propio del poeta vate, que hace del poema su espacio de
rito de mediación y de la mosca
cotidiana su portal de encuentro con el amigo que se ha ido. Este poema logra
desde el magnánimo “corazón de la época” clavado en el “pecho continental”
desarrollar un discurso que estremece a cualquier lector emparentado con la
experiencia de la muerte sin apelaciones. Esta dolorosa danza mortuoria
conmueve sobre la base de una verdad ineludible, la única y absoluta certeza
humana: en algún punto de nuestra existencia dejaremos de existir. Aquí no hay
dudas ni interrogante, se afirman los clavos del ataúd propio. Pero entonces
¿poetizar para qué?
para no
morir de pena
quizás
mis poemas se parecen a mis amigos
quizás
mis poemas se parecen
a la
agonía de una época
y al
parto de otra
quizás
mis poemas se parecen a mi barrio
dice de manera explícita Rey en el poema que abre el libro. Son nuestros
hermanos quienes nos sostienen ante la debacle de la Historia y de la historia,
de las muertes ciertas, los amigos como rifles, como en el poema “Tres rifles
llevo entre mis manos”, como posibilidad humana de querer estar siendo en esta
realidad concreta.
4
La obra de César Rey, que pende del clavo en la pared humedecida de esta
casa en cuyo centro se haya nuestro ataúd fundamental, se vuelve posibilidad de
aguante en su tránsito particular-colectivo desafiando las lógicas e ilógicas
que palpitan en nuestras gargantas llevando a cuestas la resaca histórica que
nos caracteriza a quienes estamos siendo en estos días y nuestro malestar que
al menos hace temblar, de vez en cuando, un poquito las estructuras. Grato
recuerdo al escribir esta frase el de la canción “Titikaka” de la Floripondio
“Tiembla el país, las estructuras, se da vuelta la tortilla” dice el Macha por
ahí a mediados de los 90. La construcción de una obra se vuelve significativa
para el lector cuando comparte el malestar y regurgita la caña de este tiempo.
El valor
de una poesía tirada en este tiempo radica en atender al desafío de poetizar el
ahora, de ir sin miedo a una batalla que nos han dicho que tal vez esté
perdida, pero ante la cual el sólo hecho de pelearla implica una mínima
victoria, pues tenemos la esperanza, precisamente, de que se de vuelta la
tortilla–“y los pobres coman pan y los ricos mierda mierda”, como cantaban los
Quilapayún–. El valor, que es lo único que puede definir al final de cuentas a
un poeta auténtico, se hace acción cuando se escribe en un contexto donde la
realidad se nos vuelve esquiva y se desarrolla fugaz, con su velocidad
mezquina, digitalizada e histérica y la opresión y la explotación cortan
profundo pero veladas con el detalle del bisturí.
Entonces,
¿poetizar para qué? Para abrir el espacio como un tajo al espacio del tiempo,
pa cogotearle a la historia un pedacito de tiempo, un segundito de espacio,
para encontrarnos cara a cara con un otro y a la vuelta con nosotros. Hoy, hoy
y hoy: cuando la cultura se mediatiza al ritmo del artefacto, cuando la
industria cultural opera en los términos del neoliberalismo esquizoide con sus
reflejos digitales, al borde del absurdo, cuando la imagen absoluta de
felicidad es la publicidad hipster y elitista, cuando el eludir el tiempo se
vuelve una práctica digna de celebración. Hoy el desarrollo de la poética a la
que adscribe Rey -la que comparto de manera decidida- se vuelve, al menos desde
nuestra vereda, un asunto necesario. Hoy cuando la sangre que corre por
nuestras venas como Historia se frivoliza como al objeto, y también “¡Cosa
terrible!” como al sujeto y su mirada, elegimos ponerle el pecho a las balas.
En estos tiempos de los pechos fríos, aún hay quienes, como Rey, están
dispuestos a poner sobre la página en blanco, o sobre cualquier lienzo, las
tripas calientes de la H/historia sin hacerlas a un lado ni enrojecer frente a
las luces que iluminan todas las caras estetizadas de la catástrofe.
En el marco de esta catástrofe multifacética y escandalosa, profundamente
histérica, el poema colmado de H/historia funciona como una pausa, como un
espacio donde el silencio se emparenta con la idea gatillando reflexiones
posibles que van a la búsqueda de la médula de todo este asunto –la realidad- y
que no sabemos donde hallar, con seguridad porque opera en todas partes. El
poema se vuelve así un espacio donde encontrar retazos de una narración que
cuenta la historia de los días, los días de la historia, como un ritoque
celebra la palabra, el concepto, el habla articulada como un modo de estar
presentes, consagrando nuestra humanidad. El poema abre entonces este espacio,
de cara a la comprensión de nuestro estar aquí, en un tiempo donde las
distracciones nos alejan del fuego, de la palabra, del sentimiento y el
pensamiento. El poema se vuelve una comunión necesaria en el hoy estricto.
La casa, el ataúd y la obra son el rito.
5
Aprehender
la H/historia, estar presentes con toda la carga, escribir desde el ahora,
cargados de memoria, escribir hoy día mismito es el reto. El eco de la voz
egoísta que especula hacia adentro sin salir de la subjetividad del individuo a
la intersubjetividad colectiva del sujeto se pierde en el vacío. Existe un
desafío frontal para quien pretenda escribir con sinceridad desde el ahora: problematizar en el texto y más
allá de él cuál es el lugar en el mundo que habitamos.
Hace ya
mucho que se pretende despojar de su carácter histórico a nuestra clase
trabajadora. Se vuelve entonces un quehacer ineludible el hacer frente a esta
agresión, la que opera en todos los ámbitos de la vida y que pretende
apaciguarnos a fin de acabar con nuestra potencialidad de transformar esta
realidad que nos oprime. Es este nuestro deber como poetas populares en todos
los campos, no sólo en la puesta en ejercicio de la palabra, sino también en la
acción de posicionarnos en el conflicto presente. Como dijo el Subverso hace
rato:“nos vemo’ en la tocata y en la barricada”.
Romper con el letargo impuesto se trata no sólo de una
necesidad poética, ética o política, sino de una necesidad vital.
Poco
tiempo antes de comenzar a desarrollar estas notas de lectura en tránsito (las
nombro así puesto que el presente prólogo ha sido escrito a raíz de diversas –y
dispersas– notas escritas principalmente caminando ciertos pueblos y ciertas
carreteras) terminé el proceso de escritura de mi propia casa ruinosa, mi
propio ataúd descuadrado y mi propio documento de barbarie. Al momento de leer
el presente poemario y ahora, en el preciso instante en que cierro este
escrito, me doy cuenta ya de manera definitiva que comulgo con la poesía de
César Rey de manera plena, pues aún cuando hemos construido proyectos
diferentes, nuestra preocupaciones tienden a ser sumamente similares. Las
pulgas que nos pican son las mismas. ¿Y cómo no? ¿No fueron acaso las mismas
pulgas las que picaron a la Violeta, al Víctor, al Manuel, al viejo César
–nuestro padre-, al Roque, al otro Pablo, a la Pedro, al Mauricio, al Jorge y
al punk España? Y nombro sólo por nombrar a algunos hermanos, pues más
nombramientos ameritarían la construcción de toda una enciclopedia subterránea.
¿No es otra nuestra tarea que contar/cantar/poetizar como quien rasca estas
picaduras y escarba la naturaleza de estas mismas? Tendremos, entonces, que
rascar y rascar hasta sacar ronchas.
¿Poetizar
entonces para qué? Para nombrar el mundo con la palabra, para habitarlo
mientras nos queden fuerzas, para desarrollar el único rito que se nos vuelve
obligatorio y necesario para ser humanos, para someter la realidad al
entendimiento, terminando con la sumisión del silencio. ¿Y por qué? Porque
nuestras manos y la palabra es lo único que tenemos. Porque estas pulgas pican
fuerte y nos pican a todos, por la resaca, por el despojo, por la memoria.
Es por todo lo anterior que los poemas de César Rey nos conmueven y nos
hacen temblar; porque son humanos. Te abrazo por eso conmocionado poeta César
Rey, te doy la mano firme en medio de esta trinchera.
Febrero de 2016, Ancud.