A Javier
Vera, hermano.
Puedo
decir,
decir
bajo este cielo de mayo
sin
que se me quiebre la palabra
que
tengo un amigo
tomando
chocorron en Chile Chico
y
dos amigos más
levantándole
las pestañas al nuevo siglo.
Llevo
a mis hermanos conmigo,
una
guitarra rota
me
espera en la carretera
junto
a dos quenas que silban
en
medio de la nada.
Anoche
perdí mis huesos
y
besé mal, aliento muerto
que
me acompañó hasta la cruz
mientras
todo el vino derramado
se
esparcía sobre las cenizas de este país macabro:
veinte
y cinco años
de
un tranco castrado
por
el discurso de dos cebollas podridas:
haciendo
llorar hacia las afueras
mientras
Dios toma once puertas adentro.
Tengo
un amigo
sacado
de una novela de Manuel Rojas
y
dos amigos
que
murieron al interior de una novela de Jack Kerouac
rechazando
la hemorragia de los cerdos
y
hoy camino por estas calles,
Vicuña
Mackenna con Carlos Valdovinos,
sin
saber bien si sigo vivo
o
sigo muerto.
Si
mi cuerpo es también de ellos
o
mi paso no es más que silencio.
La
prostituta que me mira de reojo,
El
subcontratado que termina su turno
y
sale de la industria,
los
gatos maullando la desidia
o
el eco de los perros persiguiendo a un diablo tuerto.
Señales
/ signos colgando de los cables
de
un barrio antiguo
que
entrega su carne ante el misterio
Mi
hermano al sur del mundo,
mis
dos susurros que van de estrella a estrella
y el telar humano que tejimos entre los pinos.
Ecos
huellas
carne
viva ladrando entre los vivos.
Fuego
eterno que es eterna poesía.