A Sebastián Abarca,
hermano.
En
la mosca que se pierde cada un rato
encontré
la foto de tu cuerpo mutilado.
En
las noticias de un diario electrónico
te
vi por última vez.
En
las manos de otro atardecer maipucino
me
quedé esperando que volvieras
y
me dieras una patada en el hígado
y
me partieras la consciencia
y
mi jardín cantara
y
tú no estuvieses nunca más muerto.
En
la mosca que se pierde a cada rato
en
este cielo que fue nuestro,
en
tu corazón abierto que irradia el magma necesario
en
la poesía que busca lo inefable
en
la vecina que se arranca de la plaza
en
mí y en ti
en
tus ojos y en tu barba
en
tu abrazo, en el silencio que nos espera,
en
la luz, en la energía que liberaste
y
en el campo abierto que emerge desde tu canto
esperé
que vinieras con el moño tomado
y
volvieras a alegrar las calles muertas
que
transito,
la
saliva inmerme,
el
semáforo en rojo y la falta de coraje
las
sacaras de una patada en el culo
y
me zamarrearas con tu mano espartana
y
yo quedara temblando.
En
la mirada con que apuntas a la cámara,
en
la última foto tuya en que te tengo con vida
hermano
mío,
palabra
y piel
canto
y cuneta
en
la última foto que tengo aun en el celular
te
atrapo y te celebro.
En
la última canción que tocaste con tu cuatro
y
en la piedra que lanzaste
al
corazón de la época.
En
el corazón de Latinoamérica
en
Chiloé, en Rosario,
en
Valdivia y en Los Vilos,
en
Maipú y en Valparaíso
en
Las Palomas y en cada una de las plazas
donde
cantamos juntos la estafa de los años
y
parimos la mirada
y
aprendimos a mirar el mundo
y
el mundo nos miró.
Infancia
postdictadura
juventud
educada bajo una casta hipócrita de arrepentidos:
en
cada momento histórico
me
enseñaste a meter la lengua más allá del alma.
A
poner la bala en la testa
y
esgrimir un cielo nuevo
cada
vez que viene con nosotros el canto:
Canto
y tierra,
humedad
sudaca llena de tribus y chanchitos
y
tu boca delirante encima de la mesa.
Te
amo y me siento a comer contigo,
llevo
a mis muertos en la lengua
llevo
mi espíritu colgando entre los dientes.
Llevo
conmigo al maldito tiempo de tu ausencia
llevo
estos versos quemando la pena
llevo
tu sol lleno de manos
y
te llevo fuerte en la carne
y
a veces creo, o quiero creer,
que
aún el norte nos espera,
que
Lima es la Roma de nuestras pestañas
y
la cruz que llevaba la muerte
en
aquella carretera
no
supo poner el arpón macabro al medio
de
tu pecho continental.
Quedaste
en medio de la carretera,
no
podría haber sido otro lugar.
Te
hiciste más enorme,
el
cuerpo, esa colección de huesos,
te
quedó pequeño y tenías que estallar.
Reventar,
repartir, recrear.
Sacar
tus manos de debajo de la tierra
y
señalar con el dedo extendido:
“Tantos
muertos que veo allá arriba.
Pongan
una batería, revienten todos los espejos
y
vayan a hacer explotar
todo
eso que nos dijeron que es,
pero
que al final del día NO es”
Tu
epitafio es la vida que dejaste entre nosotros
Nuestra
plegaria es caminar sin detenernos.
La
muerte es una telaraña que rompiste
antes
de morir.
La
muerte la hemos martillado con el tiempo.