Escuchábamos
The Fugees ese día,
era
invierno y los tres guardamos silencio,
la
lluvia caía a ratos,
acariciaba
el techo de la pieza
mientras
Lauryn Hill nos transportaba
con
su voz
al
planeta que nunca habitaremos:
Killing me softly with his song!
Apenas
rozábamos los veinte años
y
leíamos a Marx bajo la lluvia.
Para
vivir intentábamos soñar en fuga
y
para respirar nos inventamos el mito
de
que éramos poetas
y
así
comenzamos
a cazar imágenes
que
me apuntan al centro de mi centro
en
días como hoy, donde
ni
la poesía
sirve
para superar el tedio
ni
el olor a fierro en las manos
alcanza
para tragarse el cuento
de
una ciudad que se miente
puertas
adentro y puertas afuera,
se
mira de reojo y frunce el ceño
cuando
se habla más de la cuenta,
cuando
se muestra más de la cuenta
y
aparece un cadáver
en
el televisor
de
una falsa familia católica
que
se ruboriza mientras toma el té
y
se quema los dedos
con
su silenciosa mentira:
Era
invierno, un largo invierno,
y
los tres supimos del silencio.
Teníamos
veinte y dos años
y
vimos como corría la sangre bajo las mesas.
Viajamos
por la península del tsunami
y
en cada pueblo fuimos dejando una flor
para
recordar el pedacito nuestro
que
quedaba en ellos.
Volvimos
a escuchar rap,
Tiro
de Gracia,
y
en la carretera nos quedamos horas enteras
jugando
a romper una botella
con
todas las piedras que traíamos en el corazón.
Caminamos,
caminamos
en círculos y bandadas
hasta
encontrar la bóveda
en
la cual todos guardaban sus secretos
y
sacaban la máscara que cubría sus días
con
la sonrisa pálida del desarraigo
Cuando el juego
se hace verdadero
te quemas con un
fuego muy violento
Teníamos
veinte y dos años
y
la vida abría sus puertas
de
par en par.
Hoy
tengo veinte y ocho
y
el absurdo habita en mi cabeza,
miro
la foto en que los 3 reímos
y
me río con ustedes
que
aprendieron a escribir desde el silencio.
Me
río junto a ustedes que rabiosos
abrieron
su cuerpo
y
conocieron el afuera de este tiempo.