lunes, 2 de mayo de 2016

SOCIOLOGÍA DEL NÁUFRAGO HISTÓRICO



I

Escribimos poesía
desde la sombra de un país traumado.
Cabalgamos sobre un sueño
castrado en el momento justo
en que paría un sol gigante
al centro de su tiempo:

nuestros padres vieron la derrota por televisión,
le creyeron a Don Francisco
y no tuvieron muertos sangrando a sus pies.
Los subsidios que llegaron anunciados
con bombos y platillos
los arrojaron a estas nuevas comunas de la periferia
a perseguir un triste sueño americano
que lleva décadas bailando solo
al centro de esta extraña fiesta mestiza:

escribimos poesía
desde casas donde la televisión
no se apagaba en todo el día sábado
y el domingo se escuchaba Radio Aurora
antes del almuerzo.

II

Caminamos por estas calles
llenas de alarmas y protecciones
con un lápiz en la mano
apuntándonos directo al corazón del corazón:

nuestros hermanos mayores
ya nos contaron lo que fue
ser niños en Dictadura
pero no saben lo que fue
recibir la infancia junto a un pacto político
lleno de plástico y silencio.
Lo invisible de la rabia acabó,

es hora de contar como el Mercado
infectó nuestros cuerpos
y cómo hoy
estos hermanos mayores caminan muertos.

III

Construimos una casita
al centro de este huracán sin ojo
y resistimos a la tormenta.
Cuando el sentido se pierde
juntamos nuestros huesos
con la voz y el viento de estas tribus
que aún sentimos al optar por el silencio.

Nuestros hermanos menores
no quieren esperar
y arrancaron  los guardapolvos
del fundo que heredaron
para hacerse cargo de todos los secretos
con que refundaron
una patria sin relato.
Cantan  esperanzados
mientras son atacados de manera silenciosa
por un enemigo mucho más sutil
que el nuestro.

IV

Escribimos poesía
desde la sombra de un país traumado.
En los columpios rotos
que quedaron colgando en la Historia
pueden ver como reímos por las noches,
en el túnel de un pueblo abandonado
pintamos los nuevos rostros
que vendrán a cantar con nosotros.

En nuestra mirada colgará una estrella.

En el segundo piso de la Moneda
levantaremos barricadas
y sembraremos huertos.

Nuestros poemas llevarán rabia
y no aceptaremos
que nos vuelvan a romper el corazón.





miércoles, 24 de febrero de 2016

Prólogo escrito por Silvio Valderrama a "Poemas tirados en algún barrio", poemario próximo a publicarse.



Notas en tránsito sobre una po ética tirada en este tiempo

1

            “¿Poetizar entonces para qué?” pregunta el poeta clavando el último clavo que sostiene el presente libro de poemas. Último clavo que bien pudiera ser el de una casa de madera que comenzara a construirse en algún momento indeterminado de la segunda mitad del pasado siglo XX y cuya construcción se prolonga hasta el presente primer cuarto de siglo. Podría tratarse también del clavo que cierra un ataúd, un ataúd-fosa común en la que se encuentran todos nuestros muertos, todos juntos, y que encierra también nuestros alientos, nuestras palabras destinadas a desaparecer. Asimismo esta duda, este último verso, este último clavo pudiera sostener un cuadro, una obra de arte o su copia, en una pared humedecida por el vapor de la tetera que sirve el té en nuestros hogares con su proletario pan con mantequilla, obra de arte que bien sabemos se trata de un documento de barbarie y civilización al mismo tiempo–como una casa o un ataúd–.

Este clavo que sostiene a duras penas la casa, el ataúd y la obra, esta duda, se hace ineludible para quien escribe desde la cuneta mirando desde el asfalto callejero hasta  cielo-raso o estrellado, observando todo lo que allí transita, todo lo que allí sucede y luego desaparece dejando un destello que nos trasciende en la mirada. Esta duda, aún sin dejar la casa en el suelo, ni entreabierto el ataúd, ni la obra en el piso, es frágil y estremece el ejercicio escritural, haciendo temblar los cimientos de todo proyecto, de todo ejercicio artístico o intelectual en este tiempo donde las certezas se diluyen en la acción, en el discurso y el pensamiento, en estos tiempos que exigen tanto más –o menos– que poner en juego la palabra.

La poesía de Rey se estructura a raíz de esta duda porque se plantea consciente de la dificultad de escribir en estos tiempos donde, como nunca, todo lo sólido se desvanece en el aire, como dijera Marx y más tarde el señor Berman. El presente libro más que ir a la búsqueda de lo cierto, intenta una aproximación a la realidad presente, una aprehensión del devenir de la realidad como Historia, haciendo temblar y removiendo las ruinas de las estructuras que se nos presentan como realidad heredada. La obra de Rey, iniciada con la publicación de Antropofagia en 2013,continúa escarbando en el presente, con la claridad de saber que dicho presente se asienta en el pasado y, a su vez, tiene una proyección inevitable hacia el futuro.

Estos Poemas tirados en algún barrio adscriben a una poética que, en mi opinión, hoy –como ayer–se vuelve necesaria por su carácter popular y radical, en tanto se hacen cargo del ahora, renunciando a la modas y superando la estática, o estética, de una literatura –llamémosla de paso– de croquis social. Se plantea, en cambio, como alternativa, una dinámica emparentada con la realidad y el lenguaje que de manera viva agita al lector desde la entraña hasta la testa en la medida en que habitamos el espacio que Rey nos propone. Dicho espacio se estremece también cuando la poesía está lejos de ser un ejercicio suficiente para aprehenderlo o comprenderlo del todo –“Nada tiene que ver el dolor con el dolor” dijo muriendo Enrique Lihn–.

Aún cuando, en esta línea, la poesía pudiera perder sentido por estos días, hay quienes deben contar y/o cantar la H/historia en esta tribu. A mi entender de eso se trata, en principio, la literatura.

2

            El presente libro se encuentra de manera íntima con el devenir contemporáneo en tanto se sitúa en un punto de inflexión entre un anteayer estático –cuyo emblema es para nosotros nuestra niñez en la década de los noventa, el gobierno de Frei hijo, la crisis asiática y otros enclaves del aburrimiento y el despojo velado postdictatorial– y un ayer y hoy convulsionado por remezones que emanan de lo subterráneo –nuestros 2000, la revolución pingüina de 2006, las revueltas de 2011 y las presentes y sucesivas debacles de la expresión política de nuestra clase dominante (corrupción y descrédito), sólo por nombrar algunos hitos magnánimos–. En esta línea no es posible obviar el temple generacional con que se articula la palabra en este libro: Rey es hijo de esta malograda democracia que ha pretendido sistemáticamente despojarnos de nuestra condición de sujetos históricos. Es en este punto que se abre la necesidad de la constitución de un espacio y un tiempo, de la construcción de una casa que nos encuentre, de devolvernos esa casa desaparecida sobre la que cantó Fito Páez en su Argentina malograda, como un ejercicio de memoria presente. La construcción de una casa, en tanto metáfora de pertenencia situada, de apropiación de nuestro ser y estar en el mundo, se vuelve hoy una necesidad histórica.

La potencia de los presentes textos radica entonces en hacer un tratamiento del sujeto, del espacio y del tiempo que le hace frente a esta carencia que bien sabemos no ha de quebrarse si no es en clave de una transformación radical y revolucionaria de las estructuras que sostienen este presente anclado en su pasado autoritario. El dinamismo entonces, la revuelta en la palabra, en el concepto, en la H/historia se vuelve un ejercicio disruptivo que viene a problematizar la profundidad del espacio de tiempo que habitamos y, aún más, a construirlo.

El primer paso que el libro da hacia la construcción de esta casa pasa por la constatación de la carencia, la que se explicita en el epígrafe de Zambra que abre el poemario a raíz de la cual se desencadena una disputa permanente ante la noción de “familias sin historia”. El libro amplía una reflexión sobre el sujeto y su vivencia cotidiana, desarrollando un puente entre la pequeña historia particular y la gran Historia colectiva, como se hace explícito en el poema “Laberinto”, el cual abre el libro sentenciando:

Caes a la Historia
            como cae el Ángel de Benjamin
            y, sin embargo,
            tu relato va caminando
por la delgada línea de la costumbre

Es la delgada línea de la costumbre la que encuentra historia e Historia de manera plena. El ímpetu está en la andanza cotidiana, en la realidad que es la historia que se teje palmo a palmo construyendo una idea de pueblo y también de ser humano.

            Construir la casa entonces es devolverle el carácter histórico a nuestra realidad cotidiana. Es poner al humano ordinario de la mano de la raza humana toda. Se sitúa así el sujeto que se da cita en los poemas de Rey, en su totalizante fragor popular, cuando cruje el pan que llevan las viejas a sus casas en los poemas de este libro. Se sitúa así el humano en su espacio y en su tiempo, se construye así su casa que es H/historia.

            Abrazar el fuego cotidiano hasta quemarse es entonces la consigna. Sólo podremos concebir la casa en la medida de que le plantemos cara a la Historia. Y es esto lo que ocurre en el poema que abre la segunda sección del libro, “Semiótica del mestizo abandonado”, donde la duda se levanta como desconfianza en el marco de un torrente histórico que funciona como discurso fragmentario:

La bandera, El prócer, el ni ahí.
Fasta Alfa, pinocheques, Manuel.
Manuel Gutiérrez
            la Rubia de Kennedy, la Pincoya, ellas sí

“Mantener una rima así ya no alcanza”, dice el poeta, ni tampoco mantener así el relato de la Historia, complemento. Retumba otra vez la duda central del libro, el clavo último de la casa, y es que la desconfianza en este punto atenta contra todo ejercicio intelectual, porque no hay confianza en el ejercicio de la palabra para una clase popular que hace unas cuantas décadas entró, ¿para qué?, a la Universidad –parafraseando un asertivo verso de Rey–.

            Cruje nuevamente el pulso cotidiano del pan de las viejas cuando la Historia se abre como yaga supurante en las muertes de Manuel Gutiérrez, HP y de Juan Pablo Jiménez. Tiembla el ataúd en el poema. Cruje ese pan en la depresión, en el estrés de estas familias sin historia que en el viaje de metro o del troncal no hacen otra cosa que pensar cómo llegar a fin de mes, en el estrés que se arrastra en las paredes de esta casa, el estrés del peso de la Historia en un hoy donde no hay tiempo para compartir el pan que cruje en las bocas de nuestros hijos. Tiembla la H/historia, tiembla la palabra, el clavo, la duda, tiembla el sentido común hegemónico que mide con una vara exitista nuestra vida latinoamericana en vías de desarrollo. Es allí donde estamos parados. ¿Poetizar entonces para qué?, para pensar una casa y habitarla, para estar aquí aunque nos duela.

            Retumban los cimientos de la casa y se entreabre el  ataúd en el poema “Una casa sin fantasmas no es una casa / un país sin fantasmas no es un país” ya desde el título. Pienso a raíz del título en la relación entre casa e Historia, o entre país e Historia, como se da en este poema, y se me viene a la cabeza el poema “La desaparición de una familia” de Juan Luis Martínez y de la cita anónima que aparece en su Nueva Novela que reza “la casa que construirás mañana, ya está en el pasado y no existe”. Pienso también en Charly García cantando “nunca tendremos país, nunca tendremos hogar y sin embargo ya ves, somos de acá” y en Rey que nos dice por su parte que no hay casa ni país y que, sin embargo,hay esperanza: “mi generación trae una bomba entre sus manos” dice luego, para terminar con la idea de encontrarnos en un hogar cantando con nuestros hermanos. Pienso sin embargo, y a propósito de la bomba, en el compañero anarquista Mauri que murió a raíz de la bomba que llevara al hombro el 22 de Mayo de 2009.Y a propósito de Mayo y de 21 o 22 no puedo ocultar la dificultad que me generó leer este poema por la presencia de mi hermano Rodrigo Avilés en el mismo, ¿Qué pasó con la esperanza?

Tiembla la mano. Sin embargo, y en la misma línea, es precisamente en la lucha de estos hombres –que es también la nuestra– que se encuentra, incólume, la esperanza. Tiembla el ataúd, pero mi hermano despierta y se nos planta la esperanza de nuevo como contracara del vacío.

3

            La esperanza, nuestras hermanas y hermanos, la historia y la memoria. La casa está cimentada, sin embargo, sobre huesos y se hace necesario el ataúd. Los muertos se presentan en el libro continuamente y resuena en la vibración del último clavo la bala que mató a Gutiérrez y a Jiménez, los cortes que mutilaron el cuerpo de HP, la bomba que mató al Mauri; en suma, el último aliento de todos nuestros muertos. ¿Poetizar entonces para qué? Para cantarles, para invitarlos a estar con la palabra, para nombrarlos, para cantar los nombres de nuestros hermanos, para invocarlos. Aquí el libro no sólo nombra a nuestros hermanos lejanos caídos en el marco de la Historia, sino a los más próximos en la historia particular.

            Se desenmaraña así la po-ética de Rey en el poema dedicado Felipe González “Estar siendo”, donde la declaración de principios que constituye el enunciado “Siempre es mejor ir por la vida en gerundio” se consagra como celebración de la vida frente a la muerte, abrazando la vida compartida con el hermano ausente y proyectando el propio aliento. Nunca se está ni se es, sino que existimos en un continuo “estar siendo”, idea que es posible rastrear en la tradición emancipatoria latinoamericana de la educación popular y que , a su vez, se encuentra con la máxima propia del materialismo dialéctico que en su dimensión histórica comprende la realidad no como un sistema cerrado e inmutable sino como una dinámica en permanente transformación. Estar situados en el mundo entonces, en la Historia, y vivir, en términos más generales, se vuelve un ejercicio deseable para quien conoce la cara de la muerte y comprende necesariamente la vida como un espacio a transformar desde el andar cotidiano.

            La imagen cotidiana se hace puente con la muerte, se hace presente el ataúd, cuando observando a una mosca –que ronda a los muertos pero también las mesas de los vivos en verano–el poeta le habla directamente a su hermano muerto en el poema “Panteísmo a mi Dios hecho figura”. El tiempo histórico se hace aquí presente en un discurso propio del poeta vate, que hace del poema su espacio de rito de mediación y de la  mosca cotidiana su portal de encuentro con el amigo que se ha ido. Este poema logra desde el magnánimo “corazón de la época” clavado en el “pecho continental” desarrollar un discurso que estremece a cualquier lector emparentado con la experiencia de la muerte sin apelaciones. Esta dolorosa danza mortuoria conmueve sobre la base de una verdad ineludible, la única y absoluta certeza humana: en algún punto de nuestra existencia dejaremos de existir. Aquí no hay dudas ni interrogante, se afirman los clavos del ataúd propio. Pero entonces ¿poetizar para qué?

            para no morir de pena
            quizás mis poemas se parecen a mis amigos
            quizás mis poemas se parecen
            a la agonía de una época
            y al parto de otra
            quizás mis poemas se parecen a mi barrio

dice de manera explícita Rey en el poema que abre el libro. Son nuestros hermanos quienes nos sostienen ante la debacle de la Historia y de la historia, de las muertes ciertas, los amigos como rifles, como en el poema “Tres rifles llevo entre mis manos”, como posibilidad humana de querer estar siendo en esta realidad concreta.

4
           
La obra de César Rey, que pende del clavo en la pared humedecida de esta casa en cuyo centro se haya nuestro ataúd fundamental, se vuelve posibilidad de aguante en su tránsito particular-colectivo desafiando las lógicas e ilógicas que palpitan en nuestras gargantas llevando a cuestas la resaca histórica que nos caracteriza a quienes estamos siendo en estos días y nuestro malestar que al menos hace temblar, de vez en cuando, un poquito las estructuras. Grato recuerdo al escribir esta frase el de la canción “Titikaka” de la Floripondio “Tiembla el país, las estructuras, se da vuelta la tortilla” dice el Macha por ahí a mediados de los 90. La construcción de una obra se vuelve significativa para el lector cuando comparte el malestar y regurgita la caña de este tiempo.

            El valor de una poesía tirada en este tiempo radica en atender al desafío de poetizar el ahora, de ir sin miedo a una batalla que nos han dicho que tal vez esté perdida, pero ante la cual el sólo hecho de pelearla implica una mínima victoria, pues tenemos la esperanza, precisamente, de que se de vuelta la tortilla–“y los pobres coman pan y los ricos mierda mierda”, como cantaban los Quilapayún–. El valor, que es lo único que puede definir al final de cuentas a un poeta auténtico, se hace acción cuando se escribe en un contexto donde la realidad se nos vuelve esquiva y se desarrolla fugaz, con su velocidad mezquina, digitalizada e histérica y la opresión y la explotación cortan profundo pero veladas con el detalle del bisturí.
            Entonces, ¿poetizar para qué? Para abrir el espacio como un tajo al espacio del tiempo, pa cogotearle a la historia un pedacito de tiempo, un segundito de espacio, para encontrarnos cara a cara con un otro y a la vuelta con nosotros. Hoy, hoy y hoy: cuando la cultura se mediatiza al ritmo del artefacto, cuando la industria cultural opera en los términos del neoliberalismo esquizoide con sus reflejos digitales, al borde del absurdo, cuando la imagen absoluta de felicidad es la publicidad hipster y elitista, cuando el eludir el tiempo se vuelve una práctica digna de celebración. Hoy el desarrollo de la poética a la que adscribe Rey -la que comparto de manera decidida- se vuelve, al menos desde nuestra vereda, un asunto necesario. Hoy cuando la sangre que corre por nuestras venas como Historia se frivoliza como al objeto, y también “¡Cosa terrible!” como al sujeto y su mirada, elegimos ponerle el pecho a las balas. En estos tiempos de los pechos fríos, aún hay quienes, como Rey, están dispuestos a poner sobre la página en blanco, o sobre cualquier lienzo, las tripas calientes de la H/historia sin hacerlas a un lado ni enrojecer frente a las luces que iluminan todas las caras estetizadas de la catástrofe.
           
En el marco de esta catástrofe multifacética y escandalosa, profundamente histérica, el poema colmado de H/historia funciona como una pausa, como un espacio donde el silencio se emparenta con la idea gatillando reflexiones posibles que van a la búsqueda de la médula de todo este asunto –la realidad- y que no sabemos donde hallar, con seguridad porque opera en todas partes. El poema se vuelve así un espacio donde encontrar retazos de una narración que cuenta la historia de los días, los días de la historia, como un ritoque celebra la palabra, el concepto, el habla articulada como un modo de estar presentes, consagrando nuestra humanidad. El poema abre entonces este espacio, de cara a la comprensión de nuestro estar aquí, en un tiempo donde las distracciones nos alejan del fuego, de la palabra, del sentimiento y el pensamiento. El poema se vuelve una comunión necesaria en el hoy estricto.

La casa, el ataúd y la obra son el rito.

5

            Aprehender la H/historia, estar presentes con toda la carga, escribir desde el ahora, cargados de memoria, escribir hoy día mismito es el reto. El eco de la voz egoísta que especula hacia adentro sin salir de la subjetividad del individuo a la intersubjetividad colectiva del sujeto se pierde en el vacío. Existe un desafío frontal para quien pretenda escribir con sinceridad desde  el ahora: problematizar en el texto y más allá de él cuál es el lugar en el mundo que habitamos.

            Hace ya mucho que se pretende despojar de su carácter histórico a nuestra clase trabajadora. Se vuelve entonces un quehacer ineludible el hacer frente a esta agresión, la que opera en todos los ámbitos de la vida y que pretende apaciguarnos a fin de acabar con nuestra potencialidad de transformar esta realidad que nos oprime. Es este nuestro deber como poetas populares en todos los campos, no sólo en la puesta en ejercicio de la palabra, sino también en la acción de posicionarnos en el conflicto presente. Como dijo el Subverso hace rato:“nos vemo’ en la tocata y en la barricada”.

Romper con el letargo impuesto se trata no sólo de una necesidad poética, ética o política, sino de una necesidad vital.

            Poco tiempo antes de comenzar a desarrollar estas notas de lectura en tránsito (las nombro así puesto que el presente prólogo ha sido escrito a raíz de diversas –y dispersas– notas escritas principalmente caminando ciertos pueblos y ciertas carreteras) terminé el proceso de escritura de mi propia casa ruinosa, mi propio ataúd descuadrado y mi propio documento de barbarie. Al momento de leer el presente poemario y ahora, en el preciso instante en que cierro este escrito, me doy cuenta ya de manera definitiva que comulgo con la poesía de César Rey de manera plena, pues aún cuando hemos construido proyectos diferentes, nuestra preocupaciones tienden a ser sumamente similares. Las pulgas que nos pican son las mismas. ¿Y cómo no? ¿No fueron acaso las mismas pulgas las que picaron a la Violeta, al Víctor, al Manuel, al viejo César –nuestro padre-, al Roque, al otro Pablo, a la Pedro, al Mauricio, al Jorge y al punk España? Y nombro sólo por nombrar a algunos hermanos, pues más nombramientos ameritarían la construcción de toda una enciclopedia subterránea. ¿No es otra nuestra tarea que contar/cantar/poetizar como quien rasca estas picaduras y escarba la naturaleza de estas mismas? Tendremos, entonces, que rascar y rascar hasta sacar ronchas.

            ¿Poetizar entonces para qué? Para nombrar el mundo con la palabra, para habitarlo mientras nos queden fuerzas, para desarrollar el único rito que se nos vuelve obligatorio y necesario para ser humanos, para someter la realidad al entendimiento, terminando con la sumisión del silencio. ¿Y por qué? Porque nuestras manos y la palabra es lo único que tenemos. Porque estas pulgas pican fuerte y nos pican a todos, por la resaca, por el despojo, por la memoria.

Es por todo lo anterior que los poemas de César Rey nos conmueven y nos hacen temblar; porque son humanos. Te abrazo por eso conmocionado poeta César Rey, te doy la mano firme en medio de esta trinchera.


Silvio Valderrama G.

Febrero de 2016, Ancud.