En
los tiempos de la telaraña global
las
raíces se anclan aún más
a
la corteza sudorosa del hueso.
En
la periferia se respira el centro
y
bajo el suelo
un
sueño riega de azul el descalabro.
Cadenas
de neón nos lamen la cara
mientras
miles de árboles
pueblan
el sur de Chile
con
la pena de los indios
lamiendo
la botella ajena de otro sol
y
un poema lárico anotado en sus libretas.
La Memoria vino a quedarse en este Valle
y
creció por los lindes
de
una geografía cultivada durante siglos
en
el Canto y la plaza llena de voces
la
carroza y la botellita de tinto
la
paloma
la
décima
y
el temblor.
La Memoria es frágil en el centro de la ciudad
y
la poesía late a contrapelo
mientras
exista la macabra moral de Trento.
Dos corazones se mezclan
laten
y se baten:
los
mestizos venimos cantando hace siglos.
En los tiempos de la identidad fragmentada
el
pan aún logra unir
la
mesa de los pobres.
La
palabra,
en
medio de la vorágine y la superpoblación,
trastabilla
pero se mueve.
La
lengua se mueve.
La
lengua de los parias,
la
pluma del esclavo
laten
a ritmos discontinuos,
como el jazz,
mientras los lugares escondidos
van
construyendo una voz
un
castillo
tu
mano
un
juego nuevo en la cuadra,
una
vida pincelada
desde
las cañerías oxidadas
de
cualquier
capital
latinoamericana.
Quizás afuera la luna sangre,
quizás
la piedra rompa el vidrio
y
se disuelva la frontera
entre
el miedo y lo real:
el
adentro es nuestro y viene ladrando.
Niñas
y niños de la mano resistiendo al desencanto.
En los tiempos del retail
y
las redes sociales
el
poeta lanza su caña a la fosa común
para
comer del silencio
que
reina en los zapatos nuevos.
En
la carrera de galgos
y
en la pelea de gallos,
en
el fantasma que acompañó la infancia
y
en el rostro de los asesinos
se
inmiscuye la Nada,
navega
como aquel peatón
que
se busca a sí mismo
en
las vitrinas disecadas
de
cualquier
capital
latinoamericana.
Debemos recuperar el canto del Rapsoda
y
las manos dignas del pueblo.
La
pasión del héroe épico
y
el destape de nuevos mitos
congregan
la labor inmediata de volver a cantarnos,
decir
saltar
bailar
nuestro
día a día
con
la necesidad vital de volver al Canto
al
tomate la tierra la teta
al
trigo bajo la luna
y
la pierna fuerte del que camina.
No
llora y camina por la orilla del mundo
con
sus muertos ladrando de frente.
En
los tiempos de la hemorragia cultural
el
relato de las lenguas menores
debe
parir un ethos palpable
y
en constante fuga.
Escabullirse
del poder desde la novedad
y
latir como la bomba que estallará
encima
de toda etiqueta.
Un
verso colgando en la cortina
un
pedazo de piel
dos
dientes sueltos y las cartas
encima
de la mesa en que moriste.
Una
huella humana tras la tormenta
nos
dice que la vida es eso:
huellas marcadas en la piel
y
un tiempo parco que las difumina,
cicatrices
en la memoria
y
un par de columpios solitarios en la noche.
Una
ronda de huesos
escondidos
medio siglo bajo el mar
y
la madre del hijo muerto
encerrada
en un museo.
Debemos
disputarles todo:
la
carne de los vivos
y
la voz de los muertos
el
pan y el horizonte
la
moral tejida por el hipócrita
la palabra y el silencio.